Muchas parejas se niegan al divorcio por situaciones sociales, algunos por vergüenza con los conocidos y otros continúan viviendo juntos por pura conveniencia.
Vendarse los ojos para no ver la realidad no hace que mejore la situación o desaparezca la desdicha. Es por eso que en el matrimonio no existe la decisión irrevocable. Junto a la libertad de elegir va el derecho a cambiar de parecer y rectificar los errores del pasado.
Algunas personas prefieren ser infelices y se niegan al divorcio para probar de nuevo. Creen que facilitar el divorcio es un error, una flaqueza humana o un subterfugio. Esta actitud refleja un simplismo de los conflictos y atropella el dinamismo y la complejidad de la existencia humana, además de la posibilidad de ser verdaderamente feliz.
Contrario a tiempos atrás, las parejas se casan por amor, y solo después de un tiempo es que el matrimonio se deteriora hasta llegar a un estado de infelicidad insostenible. Se ve al amor como única razón para la unión, pero su ausencia no basta para aceptar el divorcio, en muchos casos.
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